Ceguera

Por Gregorio Congote

Que tal esa pregunta que hacen los discípulos, los discípulos de Jesús, “maestro, ¿quién ha pecado él o sus padres, para que haya nacido ciego?” es decir, que según ellos, este hombre, allá en la barriguita de la mamá ya había pecado tan gravemente, que Dios lo había condenado a que fuera ciego de nacimiento, ellos admitían esa posibilidad, es ridículo, da risa, pero detrás de esa risa hay un descubrimiento interesante, es la manera tan cómoda como uno se desentiende del problema de los demás. Cada vez que uno se preocupa de buscar de quien es el culpable en una situación, uno está bastante interesado en quitarse el problema uno. Una cosa es solucionar un problema y otra cosa es buscar un culpable y casi siempre cuando uno busca el culpable, lo que está buscando es no solucionar el problema, porque encontrar un culpable es encontrar una persona en la cual podemos desahogar nuestra frustración, desengaño, tristeza o ira, ya encontramos quien es el culpable o quiénes son los culpables y entonces nos vamos contra ellos, a la vez esa manera de pensar y de hablar le permite a uno sentirse el bueno.

Hay un refrán que dice “no hay peor ciego que el que no quiere ver”, Jesús dice algo parecido aquí “no hay peor ciego que el que cree que está viendo” el que cree que ya ve es el que no descubre que no está viendo, que le hace falta ver, porque el comienzo de la conversión y el comienzo de la luz es ver que uno no ve, ahí empieza a sanarse la ceguera. Por consiguiente, cuando los discípulos toman esa actitud, lo que están haciendo es no ver, ya me quité el problema de encima, el mal está allá, soy inocente. Entonces, el comienzo de la sanación es ver que uno no ve. Las dos frases que tienen que ir quedando en nuestro corazón en este domingo son: primera, la sanación de la ceguera empieza cuando yo veo que no veo, o sea cuando me doy cuenta que no me estoy dando cuenta o que no me he dado cuenta de muchas cosas, cuando por fin percibo que estoy ciego, ese es el comienzo de la sanación, ese es el comienzo de la luz. Y la segunda idea es: Dios ve más de lo que yo veo, Dios tiene mejores ideas que las mías. Dios conoce muchas más cosas, a Dios se le puede ocurrir otro plan mejor para mi vida.

Jesús entonces sana a este hombre de su ceguera, pero por la manera como sucedió el milagro, el hombre solo conocía la voz de Cristo, porque claro, cuando él fue a lavarse a ese lugar, ahí no estaba Cristo, el solo había oído a Cristo y no lo conocía de vista, pues obviamente porque era un ciego. Y aquí viene lo interesante, porque junto con la recuperación de la vista de su cuerpo también este hombre empieza a ver otras cosas que antes no conocía, por ejemplo, empieza ver la cobardía de sus papás, empieza a ver la posición cómoda y al mismo tiempo arrogante de los fariseos, empieza a ver sobre todo que él tiene que apersonarse, que él tiene que tomar su propia postura.

Tanto la samaritana como este ciego de nacimiento tienen una experiencia directa, podríamos decir una experiencia inmediata, personal, una experiencia intransferible, una experiencia total del encuentro con Jesucristo y esta experiencia es la que los cambia eso es lo que nosotros también debemos pedirle a Dios en esta cuaresma “Señor dame esa experiencia total de tu poder, de tu amor, de tu luz, has que yo pueda ver”. Y entonces el hombre este, cuando se encuentra al final con Jesús termina diciendo, creo Señor y se postra ante Jesús” esa es la actitud a la que finalmente hemos de llegar nosotros, ese “creo”.