La Victoria contra el Maligno la recibimos de Dios

Por el Rev. Jairo Gregorio Congote

Cristo habla del demonio como uno que es muy fuerte; uno que se mete en una casa y no hay quien lo saque; uno que quiere adueñarse de todo. Eso hay que tenerlo claro: el mal, sobre todo el mal espiritual, no se frena solo. Por otra parte, el texto muestra que el espíritu malo, el demonio, no es omnipotente. Hay uno “más fuerte,” que es Cristo, que con su Espíritu, derrota y despoja al demonio. Es importante que todos comprendamos que lo que nos supera a nosotros no supera ni al poder ni a la sabiduría de Dios.

Jesús, en su ministerio, no era siempre lo que la gente esperaba. Jesús hablaba en términos sencillos para la gente sencilla; Jesús no se adaptó bien a las élites de su tiempo y no respondió a sus expectativas. Ni siquiera algunos miembros de su familia le entendían. Parece que se avergonzaban de él. En nuestro tiempo, aunque muchos se dicen discípulos de Jesús no parecen creer mucho en lo que él enseñó: amor a los enemigos, la bienaventuranza de los pobres, el volver la otra mejilla. Por esto nos resulta escandaloso el oír a algunos cristianos decir que ya es hora de buscar la justicia (humana) y de dejar de presentar a otra mejilla…, como si fuera hora de olvidar lo que nos dice el evangelio, para hacer lo que nos satisface.

El poder de Jesús sobre los demonios sigue siendo hoy una realidad para cada uno de los creyentes. Por la invocación del Nombre de Jesús se siguen expulsando demonios, se alejan las tentaciones, y se nos ayuda para dominar nuestras pasiones y sentimientos que nos pueden llevar a olvidarnos del amor que Jesús nos tiene. La Iglesia, en casos especiales, permite el recurso a los exorcismos para echar al demonio de las personas. Con la ayuda de Jesús nosotros echamos al demonio fuera de nuestras vidas cuando vamos eliminando los pecados con los que el demonio trata de esclavizarnos. Acercarnos a la Eucaristía, con la debida preparación y las debidas disposiciones, es un modo integral de dar entrada a Cristo a todo nuestro ser: alma y cuerpo. Al unirnos con el que es más fuerte, y santo, y sabio, estamos recibiendo de Él la gracia que nos hace vencedores. No hemos nacido para derrota sino para victoria pero la fuerza no reside en nosotros sino que la recibimos de Él.