Signos de Pentecostés

Un viento impetuoso empuja y se lleva todo lo que no tiene consistencia, desde la basura hasta los objetos no bien asegurados. Es el viento del Espíritu que necesitamos hoy, para ser impulsados a acciones positivas, como el amor mutuo, el respeto a los derechos de los demás, la pacificación, el perdón. Por eso pedimos que el Espíritu nos impulse a consolidar nuestra fe cristiana para resistir los embates de los atractivos propios del pecado y de otras alternativas religiosas o mundanas. Que el Espíritu nos impulse a encontrar nuevos caminos para un dialogo fecundo y que se lleve lejos las basuras del orgullo, de la prepotencia, y de la absolutización de la propia postura.

Otro de los signos son las lenguas de fuego. El fuego quema y destruye, pero también es vida y expresión de amor. Es el fuego que necesitamos hoy, para que se quemen las actitudes negativas y pecaminosas, como la mentira, el odio, la infidelidad, la injusticia, la esclavitud, la pereza, la embriaguez, la guerra, la discriminación, el racismo. Por lo contrario, que el Espíritu Santo nos incendie con el fuego del amor, para que seamos capaces de tratar bien incluso a los enemigos, optar por los pobres, los indefensos, los excluidos de la sociedad, para  que formemos comunidades solidarias. Que el espíritu queme nuestro egoísmo y nos dé un amor universal, para considerar a todos como hermanos.

Otro signo es que, a pesar de las diferencias de idiomas, todos entendían lo que hablaban los apóstoles. Había gente que procedía de muy diversas naciones, pero todos oían hablar de las maravillas de Dios en su propia lengua. Esta es la acción del Espíritu Santo en la Iglesia. Es católica, porque está en todos los idiomas; pero hay unidad en lo fundamental de la fe y de la práctica cristiana. El Espíritu Santo es el que nos puede llevar a la unidad que necesitamos, para no despreciar a quienes hablan otro idioma. La fuerza del Espíritu nos induce a valorar sus idiomas. El espíritu Santo ha ayudado a muchos para hablarles de las maravillas de Dios en su idioma. Y a los que no hemos recibido esta gracia, debemos pedirle que nos convirtamos en un lenguaje vivo, en una expresión permanente del amor de Dios, aun sin palabras. La Iglesia no será verdaderamente católica si no se encarna en las más variadas culturas.

Este es el Espíritu que necesitamos, para reconocer a Jesucristo como el Señor de nuestra vida e historia, y no dejarnos llevar por cualquier gusto, idea o propuesta. Es el Espíritu que requerimos, para que valoremos todo lo bueno que Dios mismo ha sembrado en los demás, sin esa actitud de quienes solo generan desconfianza y descalificación; para ellos, todo lo que hacen los otros está mal. Presumen de adivinar hasta las más recónditas intensiones de aquellos con quienes no comulgan en posturas y criterios. Como si todo lo supieran, hilvanan hipótesis, que presentan luego como tesis. Son los inconformes por el sistema, incapaces de hacer una alabanza a lo bueno que hacen otros. Nos hace falta el Espíritu Santo, para que no queramos ser todos iguales, sino que descubramos y agradezcamos lo positivo que tienen los demás, dentro de nuestras legítimas diferencias. El Espíritu Santo es el autor de la unidad en la Iglesia fundada por Jesucristo. Su acción es permanente, hasta el fin de los tiempos.