Pan de Vida

Por el Padre Gregorio Congote

Un compañero que tuve en el seminario mayor de Bogotá no hace mucho decía que si creer en Dios es ya un problema para algunos, aceptar que se pueda comer el Cuerpo y beber la Sangre de su Hijo es algo descabellado para tantos. El mismo Jesucristo tuvo que enfrentarlo; por este motivo muchos seguidores lo abandonaron. Nada resulta tan provocador como decir que Él da a comer su Carne y a beber su Sangre. Un lenguaje insoportable para muchos, incluso hoy para algunos grupos auto denominados cristianos. Pero millones de mujeres, hombres, niños y ancianos, ricos y pobres, encuentran en él la fuente de su existencia.

¿Qué tiene y a qué sabe este Pan que los católicos llaman el Sacramento del Cuerpo y la Sangre de Cristo? ¿Por qué hablan de Manjar, Alimento, Vida, cuando es tan solo un pedazo de pan insípido que se diluye en su paladar? ¿Por qué trasciende cualquier otra comida religiosa?

Es necesario recordar que toda tradición espiritual ha tenido banquetes sagrados, en los que se ofrecían alimentos y bebidas a las divinidades. Se rendía culto al consumirlos. Son legendarios los rituales de banquetes y vino del dios griego Baco. Los israelitas llamaron “pan del cielo” al maná encontrado en el desierto; luego lo rechazaron porque causaba náuseas, no tenía sabor ni consistencia y ni siquiera lo podían guardar. Jesús confirmó que ese no era pan del cielo, y que ofrecer animales en un altar no era el verdadero culto. Jesús comenzó por declarar que una comida sagrada no depende de los hombres, los rituales o los tiempos. De lo contrario, cada cultura lucharía por imponer su propio banquete. Muchos cristianos fueron martirizados por negarse a participar en un banquete pagano.

El evangelista Juan pone en boca de Jesús las palabras “Yo soy el Pan que ha bajado del cielo”, como una declaración con la que escandaliza hasta a los mismos creyentes; y también aquello de “soy el Pan que da la vida al mundo”, como expresión que termina por redefinir todo lo relacionado con las comidas sagradas. Antes de señalar cuál alimento es sagrado, Jesucristo responde la pregunta que sus discípulos no habían logrado hacerle: ¿qué da Vida al universo?

Dios hecho hombre, trabajando como carpintero y recorriendo los caminos de un rincón ignorado del Imperio, está ante sus ojos. Es el Pan de la Vida.

Jesús desvela aquello impensado: Él encarna al mismo Dios que todos buscan y al que nadie ha visto; Él es la Vida misma hecha hombre. Así, el único y verdadero alimento no es un objeto; es la persona Dios-Hombre. Hasta allí, los presentes podrían decidir si aceptaban o no sus palabras, como sucedió efectivamente, y como sucede a quien esté leyendo estas palabras. Jesús declara algo que dejará el corazón inquieto a quien esté despierto: “quien coma mi Carne y beba mi Sangre tiene vida eterna”, disparando con esta expresión la búsqueda interior, más allá del tiempo y del espacio.

Llama la atención que Saulo de Tarso, Pablo, termine declarando con impresionante sencillez que recibió una tradición de Jesús, aquello de la cena en la que declara al Pan partido como su Cuerpo, entregado en sacrificio, y al vino como su Sangre, derramada para la liberación de todos, con el encargo de reiterar este gesto en nombre de Cristo. La cena en la que se parte este Pan y se bebe de esta Copa es un acto que nadie se puede arrogar. Incluso ningún sacerdote puede arrogarse esta facultad, porque le es dada.

Banquete y Sacrificio fueron entonces el resultado del Dios hecho Hombre, cuando unió, en los días de la fiesta judía, la Cena Pascual con su martirio en el Gólgota. Jesús pasó de las palabras a los hechos: es el Alimento verdadero, pero alimento dado, entregado, sacrificado para ser comido como un banquete que une a los hombres de toda raza, cultura, condición económica y tradición espiritual. Solo exige el corazón tan limpio que sea capaz de verlo.