La Sabiduría del Humilde

Por Padre Jairo Gregorio Congote

Jesús aprovecha una situación de la vida real para hacer una reflexión e invitar a la acción. Los fariseos buscaban los primeros puestos en la tierra y en el cielo como premio a su fidelidad y observancia de la Ley de Moisés. Pero Jesús nos llama y nos invita a la humildad y al servicio y desea que tomemos conciencia de que la salvación es pura gracia, fruto de la generosidad y bondad de Dios, y no algo que nos ganamos por nuestros propios méritos.
También Jesús nos llama a una generosidad fundada en una sólida humildad. Al que movido por su orgullo, pregunta ¿quién se han creído que soy yo?, habrá que preguntarle, más bien, ¿quién te crees que eres tú? Todos estamos llamados a ser servidores sin sentirnos disminuidos o rebajados por ello, antes por el contrario, estar alegres por seguir los pasos de Jesús que se humilló al hacerse en todo como nosotros pues aunque era Dios se hizo el servidor de todos, y dio su vida por nosotros.
La humildad es la verdad decía Santa Teresa de Ávila porque nos ayuda a ver en Dios la perfección y el ejemplo, y a vernos a nosotros mismos como limitados y necesitados de Dios; cuando Dios ve la humildad y debilidad en una persona, se inclina a su favor; cuando ve la soberbia, Dios se aleja. Dios está siempre a favor de los débiles y necesitados, como muchos de nosotros que tendemos a ponernos a favor de los menos privilegiados. La humildad nos ayuda a reconocer que todo lo bueno nos viene de Dios, y nos da disponibilidad y generosidad para acercarnos a los demás.
Suele decirse que el mundo es una mesa y que la vida es un banquete; en este, unos procuran obtener los primeros puestos, como los fariseos, mientras que otros buscan el servicio a los demás como Jesús. Nuestro Señor propone un banquete interesante y muy curioso, integrado por ciegos, cojos, sordos y mudos; esta clase de personas somos todos nosotros, porque todos cojeamos de algo y nos hacemos sordos y ciegos a muchas cosas; lo malo es que “en el país de los ciegos el tuerto es el rey”, pretexto que usan para reservarse los primeros puestos los fariseos. De acuerdo con el evangelio todos podemos ser ciegos y cojos; excepto cuando nos dejamos iluminar por Dios y cuando él nos toma de la mano para que no tropecemos y para que podamos ver a los demás con los ojos de la fe. El evangelio de hoy también nos invita a hacer por amor a Dios cosas que no se pueden pagar o que no tienen precio: una visita a un enfermo, escuchar los problemas de una persona, defender al débil, ofrecer transporte a quien no tiene carro, una propina a quien nos ha dado un servicio, una donación anónima, un servicio profesional gratis. Cada vez que le damos a alguien de beber, de comer, o le visitamos en el hospital o en la cárcel lo estaremos haciendo por Dios mismo.